Cuando era
estudiante de colegio, iba a la biblioteca Departamental, que estaba ubicada en
aquel entonces en una casona de dos plantas en el barrio Granada, si la memoria
no me traiciona. Lo primero que hacía era buscar el autor o teme en un fichero
catalográfico, tomar nota del número topográfico y hacer mi pedido. Nunca podía ver los libros
antes de eso. Nunca los tocaba ni podía ver su contenido. Si tenía suerte en
hallar los libros que necesitaba era gracias a una suerte de providencia, de
mano del destino. Por supuesto en aquel momento sólo buscaba resolver algunas
cosas del colegio, y creo que no había préstamo externo. Digo creo, porque en
aquel tiempo nunca se me ocurrió siquiera averiguarlo.
Cunado tuve
mi manía de King llegué a la Biblioteca Centenario en busca de los libros que
aún no había leído de La torre oscura.
Al llegar, le pedí al bibliotecario si tenía algo de King y lo único que hizo
fue pasarme una enciclopedia para que buscara su bibliografía. Desde entonces
jamás he vuelto a esa biblioteca.
Cuando
entré a la Universidad del Valle conocí la gloria bibliográfica. Podía buscar los títulos por medio del
computador y las referencias cruzadas y sugeridas por el sistema operativo –OPAC-
eran mucho más ricas. Así que me sumergí en los libros de mitología y ciencia
ficción, amen de conocer a Joseph Campbell. Con curiosidad observaba que habían
muchos títulos que después de un tiempo desaparecían, bien fuese porque los
estudiantes que lo tenían se salían de la universidad, bien fuera porque se los
robaban en las narices de los bibliotecarios y todos los usuarios. Supe
entonces que la mejor manera de hacerlo era tirarlo por algunas de las ventanas
del segundo o cuarto piso para que alguien lo recogiera en el primero. Aunque nunca
me robé un libro de la biblioteca de la universidad, si quedó en mis manos la
copia de un texto teórico de ciencia ficción – de Darko Suvin- si mal no estoy,
que jamás devolví.
Años
después conocería el sueño cuando encontré que la Biblioteca Departamental abría
la colección al publico Esto resultó un paso fundamental para que me
convirtiese en usuario permanente. Curioseaba mucho tiempo entre títulos y
páginas y conocí más autores. Sin embargo, cuando trabajé en el PNLB, muchos
años después, me encontré con grandes paradojas. En los municipios y/o pueblos,
los alcaldes y los bibliotecarios no querían tener una colección abierta. La razón
era muy simple, temían que los libros se perdieran, que se los robaran y que
jamás volvieran a sus manos. La presión del ministerio de Cultura en aquel
entonces era grande para que los bibliotecarios cambiaran las normas. Sin
embargo era una cuestión difícil. El motivo era simple, los secretarios de
cultura y/o educación de muchos municipios habían informado a los bibliotecarios
que si perdían un libro ellos lo tenían que pagar.
Me causó
curiosidad cuando pasados los años me enteré que un municipio dotado con la biblioteca del
PNLB, siendo el orgullo de su alcalde y esposa, mostraban la colección a los visitantes y, de souvenir, le regalaban un libro de la nueva colección.
Escribo
esto y me acuerdo de muchas cosas que sucedían en aquel entonces, pero creo que
se trata de una idea que subyace en el fondo de muchas bibliotecas, y es su
concepción como banco, en el sentido de institución que guarda unos recursos
que no deben ser fácilmente accesados. Pienso en mi biblioteca personal, donde
hay volúmenes que digo que no serán prestados; pienso en la situación de un
bibliotecario escolar que maneja miles de volúmenes y a quien le cobran los libros
perdidos al final del año; pienso en Danny, a quien se le robaron Nada, y tuvo que mover cielo y tierra
para conseguirse el libro donado en lugar de pagarlo; pienso en las colecciones
de referencia, que se formaron aduciendo que son libros de alta rotación, cuando
en verdad subyace una verdad más fuerte y es que si se pierde el tomo de una
enciclopedia se pierde un montón de plata. Pienso en los ladrones de libros de la
Universidad del Valle, que luego me enteré podrían trabajar para libreros que
te lo conseguían todo por encargo (de la misma manera me enteré que habían libreros
a quienes le llegaban libros con el sello de la Universidad del Valle o de las
bibliotecas de Aguablanca y los devolvían). Pienso que hoy afortunadamente hay
colecciones abiertas aunque algunas sean tan feas como las de la zona infantil
de la biblioteca Luis Ángel Arango, donde todo libro nuevo o viejo ya está encuadernado
con pasta verde o roja para evitar su deterioro –la de la Luis Ángel es la
sección infantil más fea que he visto-.
Pienso que
en algún momento superaremos todas esas dificultades y podamos llevarnos para
nuestra casa todos los libros que queramos y/o necesitemos. Eso sí, amables
bibliotecarios de la Departamental, sigan llamándome antes que se venzan mis
prestamos para no tener que pagar más multas.
Imágen de la Biblioteca Departamental tomada de: http://www.valledelcauca.gov.co/publicaciones.php?id=20888 16/09/2012) Si alguien tiene una foto de la Biblioteca cuando estuvo en el Barrio Granada, agradecería su difusión.
Imágen de la Biblioteca Mario Carvajal de la Universidad del Valle tomada de: http://bibliotecaunivalle.blogspot.com 16/09/2012)
leído
ResponderEliminarNo tuve que mover cielo mar y tierra , eso es exagerar. Por otro lado, si a una biblioteca la roban, eso es bueno, habla muy bien de su coleción.
ResponderEliminarMe faltó una "c" en la última palabra!
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