Autor: Ernest Hemingway
Traducido por: Joana M. Vda
Horta y Joaquim Horta
Editorial: Ediciones Orbis,
S.A.
Recomendado para: Grandes
lectores
Novela
Algunos de mis primeros contactos con los
escritores provienen de mis tiempos escolares. Allí logré mis primeros
encuentros con autores como Ende, Poe, Bach, Dostoievski, Shakespeare, Berlitz,
King (Todos juntos sin ningún tipo de rubor. Nadie tiraba de la estantería a
nadie) y, claro está, Hemingway. Ahora
bien, es preciso aclarar que con contacto me refiero a que en algunos casos leí
un cuento, un fragmento, un poema: a veces a través de la biblioteca escolar, a
veces porque un amigo me recomendaba determinado libro, a veces a través del
libro de texto correspondiente a cada año que me devoraba la misma noche en que
me lo compraban (preciso aclarar que ahora como docente denigro de los libros
de texto, ero esa suerte de colcha de retazos que eran los libros de texto de
español los disfrutaba mucho), a veces sencillamente porque era el elegido para
determinado período.
En aquella época, y más con los libros clásicos,
no recuerdo que ningún profesor le
pusiera pegas a la piratería. De hecho al ganarme algún concurso de cuento o
poesía, mi regalo fue una versión económica y resumida a más no poder (creo que
procedía de la Librería Atenas) de Los tres mosqueteros, que hasta hace poco tuve
en mis estantes. Así, esos primeros libros fueron de versiones muy baratas,
francamente piratas, y entre ellas estuvo El
viejo y el mar. A diferencia de muchos de mis compañeros, quienes la calificaron
de aburrida, a mí el relato de Hemingway me gustó, en especial su estilo seco, directo,
sin muchos adornos. Sin embargo no volví a Hemingway, no me gustaban los temas
que decían que abordaba –casi autobiográficos-, su gusto por la cacería, la
extensión de sus textos.
Fue Danny, Mi bibliotecario de confianza,
quien me recomendó este libro como una lectura de vacaciones. Y, como casi
siempre, su recomendación fue certera.
Uno de los inconvenientes de los relatos de
guerra es por lo general su nivel de patetismo, el dolor, el eterno dolor que
subyace en medio de cualquier confrontación. Son relatos patéticos, en la
amplia extensión de la palabra, que hablan de la locura de los hombres y su
infinita estupidez. En Adiós a las armas,
Hemingway no defiende la guerra, pero tampoco compone una oda en favor de la
paz; su personaje principal, Frederic Henry, un conductor de ambulancias norteamericano
enlistado en el ejército italiano pasa por la guerra como si se tratase de un
día de campo, con mucha bebida a bordo y un fondo bucólico. Sin embargo, a
medida que la situación del ejército italiano se va viendo acorralado y es obligado a la retirada,
y aun a pesar de los buenos ánimos de Frederic, el fracaso y la derrota van
sacando lo peor de las personas, más aún de aquellas que tienen armas y poder.
Pero es por fuera de la guerra, fuera del
campo de batalla, desprovisto de su rango, que Frederic comenzará a reflexionar
con amargura acerca de lo que significa la vida y la muerta, la existencia, y
cómo está va destrozando a todos los que la habitan.
Los
lectores de género, habrán de recordar que se trata de otros tiempos y que la
figurita obediente y sumisa de la mujer que muestra Hemingway corresponde a
esos tiempos que dibuja.
Por último, no puedo dejar de agradecer a
Ediciones Orbis, S.A. por haber existido, dejando sus hermosas colecciones a
quienes llegamos después.
Comentarios
Publicar un comentario