Autores: Alberto Laiseca y Alberto Chimal
Ilustrador: Nicolás Arispe
Editado por: Fondo de Cultura Económica
Recomendado a: Lectores en marcha
Libro ilustrado
Un
libro, dos historias, un ilustrador, un anverso y un reverso. Un lazo que aúna
todo: La muerte. Las historias sobre la muerte son tan viejas como el tiempo.
Recuerdo una en particular que vi hace mucho tiempo en una serie de televisión.
En ella, la muerte era atrapada en un árbol y mientras ella estaba ahí, nada en
el mundo podía morir, todo se detuvo, el mundo se fue convirtiendo en un lugar
oscuro. La muerte no era un esqueleto descarnado, era una mujer, creo que una
mujer negra. Creo que se trataba de un cuerpo africano. Al final, el hombre que
había atrapado a la muerte volvió donde ella y la dejó ir, y el mundo recuperó
la paz. Otra versión, creo que la conocí o la recordé después, dice que la
muerte al ser atrapada rogo y se quejó durante mucho tiempo hasta que al fin el
hombre se compadeció de ella, y la conminó a seguir su camino sin llevárselo.
Se lo hizo prometer. Mucho tiempo después el hombre, que no podía morir pero sí
envejecer, llamó a la muerte y pidió el favor de ir con ella.
Ha dicho Campbell, o al menos así creo, que
el hombre comienza a ser hombre al conocer la muerte. Ahí comienza el mito.
Las
historias de la muerte son universales porque son inexorables, y nos muestra,
mal que bien, que somos criaturas mortales y que la muerte puede ser un
descanso, una salida, un olvido. Sin embargo en occidente nos olvidamos de
contar historias sobre la muerte. Sin embargo hay una que recuerdo ahora,
retoma el personaje de Lázaro, y dice que días después de haber sido devuelto
por Jesús a la vida, se perdió de nuevo entre las fosas lamentándose por haber
sido llamado despertado de nuevo. Shakespeare hermanaba sueño y muerto.
Calderón de la Barca hizo lo propio.
Alberto
Laiseca, a quien hemos elegido de manera arbitraria como el anverso, relata la
historia de una madre que da todo lo que puede por recuperar a su hijo muerto y
eso es todo lo que obtiene. El relato es desgarrador, paso a paso la mujer va
perdiéndose entre el río, el espino y la montaña para ingresar viva al reino de
la muerte. Por supuesto obtiene exactamente lo que quiere. Su hijo. Muerto.
La
muerte no se tiene porque mostrar piadosa. La muerte es.
Alberto
Chimal, escribe el reverso de la historia. En ella una madre pierde a su hijo y
ruega a los dioses que se lo devolvieran. Los dioses no permiten que su alma se
vaya, pero su cuerpo no vuelve a la vida. Imaginen el tormento. Imaginen el
dolor, los ruegos, la desesperanza. Todo eso está allí. Hay un final por
supuesto, y solo nos enseña que la tristeza está viva y es inmortal.
La
muerte es uno de los nexos de los dos relatos. Nicolás Arispe es el segundo.
Quienes lo conocen de El camino más largo
reconocerán su estilo abigarrado aún
más exacerbado. No hay vacío aquí, y cada vacío es casi un grito, un suspiro,
un desgarro. En cada una de las estampas que dibuja encontramos una melancolía
infinita, un patetismo que duele, una conmoción que no deja a nadie incólume.
Este
volumen, de tapas plata y negro, ingresa con honores al Pequeño teatro de la
crueldad.
No los conocía ninguno de los dos, gracias por acercarlos...
ResponderEliminarA ti, por leer y comentar.
ResponderEliminarExcelente reseña. Conmovedora.
ResponderEliminarEl primer cuento se llama El Soldado y la Muerte (cuento ruso) y fue un capítulo de The Storyteller
ResponderEliminarOle, no había caído la verdad.
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