Todo el proceso comenzó por un baúl siendo llevado solo un día a la
semana con libros para ser prestados. No podían ser más porque no tenía lugar
en el aula, es decir que no tenía donde colocarlos ni idea de cómo prestarlos
de manera eficiente. Es importante decir que la biblioteca del colegio tiene un
buen número de libros de muy buena calidad. El problema con ellos es que los
estudiantes ya los conocen. No me importaba la novedad en el tiempo, si no en
conocimiento.
Una
cosa que no me gusta de los diarios es su desorganización. Es decir, es difícil
seguir en ellos una ilación lógica, al menos tan lógica como quisiera. Así, el
único orden que puedo intentar llevar es el de las ideas que van surgiendo.
Empero, no todo es malo con el diario como forma de recoger ideas, puesto que
permite al investigador recoger esas primeras ideas –así, en bruto- para luego
poder trabajarlas, refinarlas y confrontarlas a medida que pasa el tiempo. De hecho, siendo completamente fiel al
proceso, no debería siquiera devolverme a corregir los múltiples errores de
ortografía y/o digitación que voy cometiendo a medida que avanzo. Pero en un
primer momento, el diario o bitácora de campo es personal; este no lo es.
Creo que en la primera entrada de este diario
referí que en algún momento la lectura en voz alta me hastió. Lo hizo porque me
cansé de leer una y otra vez las mismas cosas, no importaba que los chicos fueran
cambiando una a uno; no importa que yo también fuera cambiando y que, por
supuesto, los libros van mudando de piel a medida que van siendo leídos. En
algún momento me sentí ejerciendo una acción mecánica, mis labios se abrían y
cerraban, mi voz desgranaba frases, pero yo ya no estaba ahí, mi espíritu hacía
listas de mercado o pensaba que hacer justo a continuación o me irritaba con
ese único alumno que estaba desinteresado. Así que poco a poco fui espaciando
la actividad. La clase estaba primero, dejé de cargar libros y, como no podía
de ser de otra forma, algunos chicos hicieron la pregunta que de alguna manera también
esperaba, ¿Por qué no nos has vuelto a
leer?
No tenía ninguna manera de responder de una
manera que pareciera siquiera lógica. ¿Qué podía decirles?, que mientras leía
por vigesimosexta vez las mismas líneas en el mismo salón, mi espíritu estaba
disfrutando otras lecturas que eran más extensas, y que la regularidad de mis
clases no me permitía compartirles las lecturas que me gustaría; que me
gustaría que pudiéramos ir más allá y que se entusiasmarán por La biblioteca de noche o por Danza de dragones o por Leyendas del abismo (¿alguien sabe cómo
leer novela gráfica en voz alta ante un grupo de más de tres personas?)o por Neuromante o por As you like it.
Mi respuesta en ese momento fue comenzar a
traerles libros de mi biblioteca. Así que me conseguí un baúl que alguna vez
contuvo todas las historietas de Tintín, y arramblé con Cartas al Rey de la Cabina, Visiones
peligrosas I, Jurassic Park, Dos años, ocho meses y veintiocho noches –
que acababa de leer en ese momento-, y Tú,
el inmortal, entre otros títulos que fui añadiendo. Además les compartí Instrumental y Voces de Chernóbil, aunque no pude prestárselos porque no eran
míos.
Ese sería el comienzo de un proceso que hoy
está en movimiento y al cual me referiré in
extenso la próxima entrada.
Opino que si le echaras la pimienta de una anécdota a tu diario se leería mejor.
ResponderEliminarRecuerda que lo estoy leyendo al revés.