Escrito
por Sigrid Heuck
Traducido
por Manuel Olasagasti
Publicado
por Ediciones SM
Recomendado
para jóvenes lectores
Novela
Hace ya algunos años Elizabeth realizó una
investigación con Semilij acerca de la forma en que la LIJ y los niños veían a
los pueblos originarios de nuestro país. Los resultados mostraron que la
literatura solía retratar a la población indígena de la misma forma en la que
lo habían realizado los pueblos colonizadores en el siglo XV. Así mismo, y más
sorprendente aún, que los niños los veían ajenos a ellos, incluso llegando a catalogarlos como
extraterrestres.
Ubicarse
frente al otro es difícil, nos lo muestra la ciencia ficción, las crónicas de
indias y los mismos relatos fantásticos. El otro nos es extraño, y en la labor
de aproximación muchas veces pasamos por la brutalidad, la ignorancia y la
desesperación. Día a día el amor nos muestra esto mismo. Sin embargo, cuando lo
objetivamos, cuando lo vemos sobre el papel, es justo también la indignación, la
discusión, el alegato, como cuando leemos TinTín
en el Congo y vemos su racismo. Algo similar ocurre con El cazador de la luna.
De entrada, no hay nada reprochable en la
construcción de esta obra. Hay un buen ritmo, hay un misterio a resolver, los
personajes parecen tener razones –algunas mejores, otras peores- para enfrentar
la aventura, y todo eso en un lugar exótico: el Amazonas. Empero, al
adentrarnos en El cazador de la luna
vemos todos los elementos de una forma intrusiva de retratar a los pueblos
indígenas. Y antes de continuar, hay que aclarar que esta obra fue publicada
originalmente en 1983. Mucha agua ha caído del cielo desde aquella época.
El
cazador de la luna narra la búsqueda de un padre reportero, su hija
adolescente y un fotógrafo, de un pueblo amazónico que nadie jamás ha visto. El
único testimonio es el relato de un indígena, Mayaku, a quien han encontrado
moribundo a la ribera de un río. Aun así, desde que llegan, a un lugar sin
nombre, donde se adoraba al dios Maíz y en cuyo interior se perfilaban
pirámides. No hay nada bello ahí, solo la selva inmensa, salas de espera de
tercera clase, y llamas, tenía que haber llamas. El atraso parece devorarlo
todo. Es en esa tierra, plagada de supersticiones donde Sheba, la adolescente,
encuentra la figura de un jaguar en un mercado, figura que será clave en todo
el relato. Así, el grupo encontrará a Mayaku y le pedirán que sea su guía para
dar a conocer su perdida tribu, intocada por la civilización, al mundo. La
pieza de trueque será el jaguar que Sheba ha encontrado, pues este no será otra
cosa que el alma de Mayaku. De esta manera, sin escrúpulo ni duda alguna, Sheba
le promete a Mayaku devolverle su alma a cambio de que los guie en medio de la
selva. Al final, con otras profanaciones similares, se culminara de forma
agridulce todas las búsquedas. Todo en nombre de la curiosidad del pueblo
europeo.
Reitero, El cazador de la luna no es mal libro, mucho menos satanizable, se
atiene a un momento y una época, que, espero, estamos superando; que refleja
unas preocupaciones y una forma de ver a los pueblos amerindios, que nos
corresponde desmitificar.
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