LA ESPERANZA ES UNA NIÑA QUE VENDE FRUTA




Escrito e ilustrado por Amrita Das
Traducido por Elena Abós
Publicado por Libros del zorro rojo
Libro ilustrado
Recomendado para Lectores en marcha

     Asistimos a un momento que se está gestando desde muchas décadas atrás, incluso desde qué Virginia Woolf escribió Una habitación propia, donde considera las necesidades propias de las mujeres en el espacio doméstico y su significado. Por supuesto eso problematiza nuestro lugar como hombres en la sociedad, nos reta a modificar algunas de nuestras concepciones, y, ante todo, nos reta a escuchar, a estar atento a otra forma de abordar las historias.

     Amrita Das proviene de un país donde por tradición las mujeres han sido infravaloradas, donde se suelen escuchar relatos acerca de la violación masiva de o a mujeres. Un lugar donde hay una temible división en castas que se respalda en tradiciones milenarias, donde el nacimiento garantiza de antemano una forma de conocer y establecerse en el mundo.

     Es importante tener estos elementos en cuenta, porque no necesariamente una situación política o un discurso reivindicativo hacen buena a una obra. La esperanza es una niña que vende fruta parece un texto que proviene de un taller literario, de un escritor novato que hace sus primeros pinos en la escritura. Lo cual no está mal, por supuesto, todo escritor proviene de algún lado, en algún momento escribe sus primeras pifias, se equívoca; las primeras obras suelen yacer en cajones donde se quedan en el olvido debido a los rechazos editoriales o a la autocrítica. De hecho, La esperanza es una niña que vende fruta no es tan siquiera un relato, es un ejercicio de reflexión sobre un relato, sobre el lugar de la mujer, de los pobres y de los ricos, en una nación que vemos como socialmente rígida. Los recursos literarios empleados son pobres, la metáfora propuesta es baladí. De hecho en algunos momentos, es clasista,

Los ricos son como son y se ocupan solo de sí mismos. Nunca sentí el interés de conocerlos. Pero con los pobres es diferente, siempre me he sentido a gusto con ellos (p. 14).

     Por otro lado, se encuentran las ilustraciones, que destacan por su nivel de belleza y detalle; que presentan un nivel de trabajo, dedicación y talento enormes. Es uno de los pocos trabajos en donde lo que gana mi atención es la ilustración y no la calidad literaria del texto. Donde la prosa es opaca, la ilustración brilla, captura la mirada, invita a perderse en los lugares que retrata, en el árbol, el apartamento, la litera del tren, la niña que vende fruta. Cada trazo muestra un gran virtuosismo, experiencia y capacidad de simbolizar conflictos.


     ¿Cómo conciliar entonces esta diferencia de calidad entre la ilustración y el texto alfabético? Tal vez admitiendo que no tengo la experiencia suficiente, que al igual que tengo un mayor criterio para evaluar las obras de LIJ en el campo occidental, tengo que construir referencias en torno a la narrativa india, y a la literatura oriental en general. Un elemento adicional se impone, quiéralo o no, La esperanza es una niña que vende frutas no me ha dejado indiferente, ha cuestionado algo en mí, me pone en conflicto, me inquieta, me deja pensativo y, ¿no es eso lo que esperamos de la buena literatura?    

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